Se habla hoy de la literatura del Pacífico. A comienzos del siglo XIX no se tenían indicios de textos literarios en esa extensa zona costera demarcada entre el Cabo Manglares y Punta Ardita, una costa penetrada en sus dos extremos por Panamá y Ecuador. Conocíanse solamente cuadernos de viaje de expedicionarios europeos y relatos memoriosos de gentes del interior sobre el tejido de música y leyendas que envolvía las compañías mineras del litoral.
Con la explotación de oro y platino y la extracción de tagua, "el marfil de la selva", el Pacífico conoció la llegada de técnicos e ingenieros del Viejo Mundo, entre los que arribaron algunos letrados. Las crónicas que se publicaron entonces en Europa y América sobre el recóndito mundo del Pacífico colombiano, estaban tocadas por los relatos de aventuras de los pioneros del siglo XIX. A finales de ese siglo, cuando el gobierno colombiano ofrece concesiones a grandes compañías extranjeras para la explotación de metales preciosos en el Pacífico, el mundo conocía ya el interés del Barón Humboldt en estas tierras con 71.000 kilómetros cuadrados de extensión, y un ámbito descrito así por Francisco José de Caldas:
"Llueve la mayor parte del año. Ejércitos inmensos de nubes se lanzan en la atmósfera del seno del Océano Pacífico. El Viento Oeste que reina constantemente en estos mares, las arroja dentro del continente; los Andes las detienen en la mitad de su carrera. Aquí se acumulan y dan a esas montañas un aspecto sombrío y amenazador; el cielo desaparece; por todas partes no se ven sino nubes pesadas y negras que amenazan a todo viviente. Una calma sofocante sobreviene, éste es el momento terrible; ráfagas de viento dislocadas arrancan árboles enormes; explosiones eléctricas, truenos espantosos; los ríos salen de su lecho; el mar se enfurece; olas inmensas vienen a estrellarse sobre las costas; el cielo se confunde con la tierra y todo parece que anuncia la ruina del universo. En medio de este conflicto el viajero palidece, mientras que el habitante del Chocó duerme tranquilo en el seno de su familia. Una larga experiencia le ha enseñado que los resultados de estas convulsiones de la naturaleza, son pocas veces funestos; que todo se reduce a luz y agua y ruido, y que dentro de pocas horas se restablecen el equilibrio y la serenidad..."
Pero los naturalistas que se deslumbraban con la posibilidad de clasificar herbarios en el litoral, con el viaje a la región de mariposas de enormes alas lanudas, no habían encendido aún lámparas civilizadoras junto a la credibilidad en la existencia futura de una literatura nacida de esos pantanos, de aquellas largas noches sin luna cuando el océano es recorrido por "ejércitos inmensos" de nubes e insectos que van barriendo silencios sobre el sueño de las aldeas.
Un texto de Jorge Brisson, Exploración en el Alto Chocó, (Bogotá, 1895), y libros como el de Le Moyne, Voyages et Sejours dans L'Amerique du Sud (París, 1880), el de Gaspar Theodore Mollien, Voyage dans la Republique de Colombie (París, 1824), o la célebre recopilación de León Gauthier, Fragmenta du Journal de Voyage d'un Peintre en Amerique Latín (1848 - 1855), animaban aún, junto a las impresiones científicas de Humboldt sobre el Nuevo Mundo, el tono narrativo de las impresiones sobre el Pacífico colombiano a comienzos del siglo XX.
El viajero francés Jean Baptiste Boussingault había compendiado en sus memorias la visión más general del mundo sobre el "obscuro" Pacífico. Entre 1822 y 1832 viajó por Colombia con ánimo de investigador. Estos diez años lo llevaron también al Chocó, una región que le dejó grandes deslumbramientos:
—"Desde Portachuelo habíamos bajado 504 metros y nos encontrábamos en pleno Chocó; nos acomodamos lo mejor posible en la cabaña de Poya y una vez bañados, nos acostamos y la noche no habría sido mala si no hubiéramos sido atacados por dos enemigos temibles: una multitud de cucarachas asquerosas y una legión infernal de grandes murciélagos, casi vampiros, contra los que tuvimos que combatir incesantemente para defender nuestra sangre..." (1830).
-"Desembarcamos en el Real de Minas, atravesado por el río Aguas Claras; yo estaba vestido como lo describí antes: enteramente desnudo, con un jipijapa y llevando mi pantalón sobre el brazo. Antes de entrar a la casa del Real, de bella apariencia, le pregunté a un negro de cabellos, o más bien de lana blanca, especie de mayordomo que me recibió en el desembarcadero, si no había nadie en la vivienda y si podría entrar a vestirme. "Suba, suba", me contestó el viejo. Así lo hice y entré en un salón de cierta elegancia en donde, en mi estado de completa desnudez, me encontré en presencia de tres encantadoras damas, sentadas en un canapé, ocupadas en labores de aguja: la dueña de la casa, la señora Petronila y Gual, su hija y una joven mulata probablemente una de esas bastardas que acogían las familias criollas. Estas señoras estaban vestidas con elegancia y por primera vez vi mangas abullonadas. Para vestirme llamé a mi asistente, le pedí que subiera mi maleta y me retiré a una pieza contigua al salón. Pronto salí, vestido irreprochablemente, en uniforme con charreteras de plata con el objeto de deslumbrarlas. La conversación continuó, la señora contestaba muy claramente a mis preguntas; mi falta de ropa no la había sorprendido, ya que estaba acostumbrada a vivir en medio de muchos esclavos de los dos sexos, quienes durante su trabajo no usaban nada sobre el cuerpo; la peor vergüenza la padecí yo y la cena fue muy alegre.
Durante mi viaje al Chocó tuve otra ocasión para constatar la indiferencia de las mujeres por la desnudez; en uno de los sitios a la orilla, entré en una casa para esperar que mi canoa hubiera pasado un rápido; una mujer todavía joven me recibió y me hizo sentar. Yo estaba tan escasamente vestido que mostraba lo que se debía esconder; mi secretario John Lañe, quien me acompañaba, me hacía toda clase de señales que yo no entendía y al fin resolvió cubrirme con un pañuelo; la joven señora viendo lo incómodo que se encontraba mi púdico secretario, dijo: —¡oh!, eso no tiene importancia, no se preocupe, yo veo de lo mismo todo el día, solamente que son negros... (1830).
-"Nóvita tiene una casa de fundición, establecimiento a donde llega la mayor parte del oro en polvo que sale de los Reales de Minas para ser transformado en lingotes que son enviados a las casas de moneda de Popayán o de Bogotá, para ser convertidos en onzas de oro amonedado que valían de 15 a 16 piastras fuertes de plata. Una fundición en la que estuve presente me interesó mucho, porque vi practicar la "desplatinización" del oro en polvo: Yo estaba acompañado por un caballero que en mi honor se había vestido a la europea, con todas sus galas: pantalón blanco, sombrero de paja de gran finura, chaqueta de paño azul, que me llamó la atención porque tenía ocho bolsillos, de donde salían las extremidades de ocho pañuelos de seda, lo que no impedía a mi hombre sonarse con los dedos que inmediatamente limpiaba en sus cabellos crespos; pies desnudos que es el calzado más higiénico que se puede recomendar en una región en donde se marcha constantemente entre el barro. Era un sabio que me explicó en teoría lo que iba a ver: el fuego, uno de los cuatro elementos de la creación, el mercurio, un sistema para purificar los metales, etc..."
Boussingault conoció también en estas tierras a una hermosa mujer condenada a muerte, salvada del fusilamiento por la ausencia de soldados capaces de disparar contra ella.
Después de este viajero se conocieron en Colombia algunas referencias de la naturaleza de la Costa del Pacífico en los informes oficiales de Agustín Codazzi y en los apuntes históricos de Felipe Pérez. Otro cronista del Pacífico fue el sacerdote Bernardo Merizalde, quien fundara en el Litoral la población que hoy lleva su nombre. Durante muchos años y con la ayuda de "ibaburas" -barcazas en forma de ranchos flotantes- Merizalde se dio a la tarea de construir un templo magnífico en mitad de la selva. Hizo transportar algunos materiales de construcción desde Buenaventura y levantó, frente a un río, la iglesia de Puerto Merizalde, visión deslumbrante, aún, para los viajeros. Quienes van por Puerto Merizalde y ven aparecer, de pronto, a la vuelta del río, aquel esplendor catedralicio entre la manigua, creen inicialmente que se trata de un espejismo.
La primera noción de una intención narrativa aparece en 1934 con la publicación del libro Litoral Recóndito, de Sofonías Yacup. Nativo del Pacífico, este jurista liberal incursionó tempranamente en política y se hizo parlamentario. Entre 1930 y 1931 publicó en El Tiempo de Bogotá sus consideraciones legislativas con respecto al área del Pacífico, matizando estos puntos I de vista con impresiones sobre usos y costumbres de cada una de las poblaciones importantes del litoral. Conocedor de la urdimbre familiar de cada una de las regiones, mencionó con nombre propio a los patricios de las guerras civiles, hizo recomendaciones a los gobiernos de entonces sobre la posibilidad de emprender algunas obras de progreso y refrescó precisiones Sobre división territorial, aprovechamiento de recursos naturales y fisonomía cultural de habitantes de esteros y ensenadas. Dentro de este contexto, Yacup hizo mención de algunos mitos. Estos informes de El Tiempo, unidos a otros trabajos inéditos, totalizaron Litoral Recóndito, un libro cuya importancia hoy debe ser medida por su carácter fundacional de una realidad, Hasta entonces, inexistente en la vida de la república.
Sofonías Yacup era consciente del carácter epifánico de su publicación. Ahí señalaba, mostraba, de manera elemental, el territorio "ignoto", el mundo por todos desconocido. Así lo testimonia en la Introducción de su libro refiriéndose a los motivos editoriales: El obligante requerimiento de algunos amigos y el anhelo de que se conozca siquiera en forma somera una región ignorada que puede ser útil al progreso del país...
La literatura del Pacífico, propiamente dicha, aparece con la publicación en 1944 del libro de poemas Evangelios del Hombre y el Paisaje, de Helcías Martán Góngora (Guapi, 1920). Después de estos versos editados en Bogotá de quien fuera con los años el poeta más representativo del litoral en Colombia, aparece en 1949 la novela Las Estrellas son Negras, del escritor
chocoano Amoldo Palacios (Cértegui, 1924). En el año de 1953, Colombia conoce los cuentos de Carlos Arturo Truque (Condoto, Chocó, 1927). Bajo el título Granizada y Otros Cuentos, presentó un libro de nueve relatos al Premio Espiral organizado entonces por Clemente Airó en Bogotá. Al obtener el primer galardón en este certamen, su libro circuló en 1953 en edición de doscientos ejemplares.
Dentro de éste papel fundacional de la "Literatura del Pacífico" en Colombia, es menester mencionar al poeta, cuentista y compositor Faustino Arias Reynel (Barbacoas, 1927), quien desde esa orilla del Sur animó la vida literaria del país junto al también tumaqueño Guillermo Payán-Archer (1921), autor de un libro de poemas que también figura en estas ceremonias de iniciación: La Bahía Iluminada.
La literatura moderna de escritores nativos del Pacífico, aparece con la publicación del libro de cuentos Son de Máquina (1968), del escritor Oscar Collazos (Bahía Solano, Chocó, 1942). Su visión, de ruptura, registra desde la metrópoli, Buenaventura, un marco universal atravesado por dos ríos: las vanguardias dramatúrgicas y cinematográficas y el "boom" latinoamericano condensado en las audacias narrativas de Julio Cortázar, García Márquez y Vargas Llosa, entre otros.
Los cuentos, relatos, crónicas y fragmentos de novelas que aparecen a continuación, fueron seleccionados por el antologista teniendo en cuenta no solamente su calidad narrativa, sino su función inicial, su importancia como puntos de partida dentro de la recreación de un mundo donde no se preludia aún el perfil de una tradición literaria. Un universo nuevo, apenas descubierto.
MEDARDO ARIAS SATIZÁBAL
Cali, 12 de agosto de 1992
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